Si yo salto, ¿quién salta? [Libre]

Abrí los brazos de par en par tras cerrar los ojos con fuerza. El aire fresco estaba encargándose de alborotar mi pelo, de peinarlo a su antojo. Respiré hondo, dejando que el fuerte olor a sal inundara mis pulmones. Podía quitarme la ropa y dejarme caer, soltando de esa forma un poco de adrenalina acumulada; necesitaba despejarme, dejar la mente en blanco durante un buen rato. El agua fría me ayudaría, sin duda alguna.
Abrí los ojos, mirando como rompían, con fuerza, las olas contra las rocas. O, por el contrario, podía permanecer en lo alto y relajarme sin necesidad de jugarme la vida en el intento. Peligroso no era, más de uno había saltado desde allí arriba antes, pero la vida siempre conseguía sorprenderme. Bastaba con que saltara yo para acabar con el cerebro echo papilla.
Mi vida era un completo desastre; yo era un jodido desastre. No era capaz de hablar con mis padres, no era capaz de comportarme...¿Qué se supone que estaba haciendo con mi vida?
Observé desde allá arriba la playa. A pesar de la hora que era, seguía estando abarrotada de gente. Maine era un lugar encantador, no era de extrañar que durante el verano recibiera a tantos turistas deseosos de conocer la magia que se respiraba entre sus calles, entre su gente...Me llevé las manos a los bolsillos traseros de los pantalones, inclinándome hacia adelante para ver mejor el mar. Quizás desde cualquier otra perspectiva pudiese parecer que me planteaba el saltar o no saltar, quizás fuera esa mi intención o...quizás no lo fuera.
Tenía que buscar un lugar donde vivir. ¿Tal vez buscar trabajo? ¿Llamar a papá? Me agaché para recoger una pequeña piedrecita para lanzarla al mar con fuerza. ¿Tendría que acabar tragándome todo el orgullo y llamar para pedirles ayuda?

No tenía ni idea de qué hora podía llegar a ser. Podían ser las 11 de la mañana como las 4 de la tarde; en este pueblecito, estuviéramos en la hora que fuera, hacía el mismo calor bochornoso todo el santo día. Incluso por las noches. Podía sentir como la humedad del calor y del mar se pegaba en mis brazos y en mis piernas. También notaba como los pantalones se me quedaban pegados en cualquier superficie que me sentara y, como no, la camiseta pegada a la espalda por el sudor. Era algo realmente asqueroso.
Estaba ya cerca del acantilado. La verdad es que sus vistas era perfectamente maravillosas, aunque daba un poco de respeto.. bueno, bastante respeto mirar hacia abajo. Era como hacer puenting, si miras para abajo y te lo piensas antes de saltar, estás perdido.
Decidí quitarme la parte de arriba y dejarla apartada un poco al principio de donde empezaba el acantilado. Menos mal que antes de salir de casa me había puesto el bikini debajo, sino ya me podía estar dando casi un patatús por la calle si no me la quitaba.
Mientras caminaba pude observar a una chica de pelo rubio, que me sonaba bastante, pero desde esa distancia no podía hacerme ni la menor idea de quien podía ser. Asique me acerqué. ¿Desde cuando yo me quedo con la duda? Creo que nunca.
Cuando estaba a escasos metros de ella, sólo cuando nos separaban unos míseros pasos, se agachó a recoger una piedra, al parecer. ¿Tenía pensado saltar? Ni la menor idea.
Doblé los brazos, me los puse en la cintura, como una taza. El pie izquierdo miraba hacia el noroeste, un poco doblado, mientras que el derecho miraba hacia el frente. Vamos, la misma posición que ponen todas, pero TODAS, las madres cuando te van a echar la bronca.
- ¡A-LE-SSAN-DRA SAN-TO-MAU-RO! ¿Se puede saber que haces AHÍ? - Dije con la ceja izquierda arqueada y señalando el sitio donde estaba subida.

Me giré, quedando frente a frente con la mismísima Jennifer. Alcé ambas cejas con un claro gesto de asombro dibujado en el rostro; ¿cuánto tiempo haría que no veía esa...morena cabellera? ¿Desde cuándo había dejado de usar ese tinte rubio que me animó en su día a teñirme? Negué con la cabeza antes de estallar a carcajadas. ¡Era peor que mi madre! Cualquiera que la viera...menos mal que estábamos prácticamente solas allá arriba. Era de los sitios más bonitos y tranquilos de Maine, ¿porqué solía estar tan desierto? Se respiraba la tranquilidad de la que carecía el centro del pueblo, el aire era considerablemente más fresco y las vistas eran inigualables.
-Pensando si saltar o no...-volví a girarme para mirar hacia abajo; las olas cada vez rompían con más fuerza contra las rocas. Era peligroso saltar cuando el mar no estaba en calma, pero tampoco tendría porqué pasar nada, ¿no?
-Salta conmigo...